lunes, 19 de enero de 2015

En cadena (dos)

Se han dado pocos casos de fails encadenados en varios días; pues bien, este es uno de ellos.
Ayer, antes de irme a trabajar, y como todos los días, me dispuse a preparar un tentempié para llevar en la mochila, en previsión del hambre que me entraría en cuanto saliera. Había plátanos en casa, y aparentaban ser bastante consistentes, así que no estimé oportuno envolver el que iba a poner en la mochila. Total, la noche anterior había salido con uno sin envolver y no había pasado nada. ¡Meeec! Primer error de la cadena.
Aquella tarde tuve un golpe de suerte y la compañera del turno de mañanas me dejó un churro para merendar, con lo que no tuve que recurrir al plátano. Pero ese golpe de suerte tenía doble rasero: sólo era una maniobra de distracción del destino para que no prestara atención a lo que se estaba desarrollando dentro de mi mochila. ¿Segundo error?
Así pues, y terminada la jornada laboral, sentada en el banco de la marquesina de autobús, hice el amago de sacar el plátano de su escondite con toda la parsimonia del mundo. La verdad no tardó en revelárseme: sólo con tocar el plátano sabía que su metamorfosis durante la tarde había sido completa. Ya no era un plátano. Era una masa informe de lo que antaño había sido un plátano, negra y viscosa, que se había esparcido por el fondo de la mochila, llevándose a su paso todo lo que había encontrado, como un volcán dulzón y pegajoso de masa de bizcocho de chocolate. Y esto no era un error. Era una putada.
Lo envolví como pude en un pañuelo para que no siguiera esparciéndose, pues la piel aún conservaba su función de barrera ante aquella lava amarilla, y emprendí el camino hacia casa.
Aquella noche dormí profundamente, aunque arrepentida por no haber envuelto el plátano en papel de aluminio, y decidida a no volver a tropezar con la misma piedra (ni el mismo plátano). Al día siguiente se me ocurrió que podría usar ese plátano descompuesto (o deconstruido, que queda más guay) para preparar el desayuno. Había hecho pan de plátano antes, y bizcochos, pero nunca tortitas, y dado que tenía la mañana y la cocina libre, decidí ponerme manos a la obra. También podría aprovechar lo que me había sobrado de un brik de leche de almendras, que al no ser de la marca habitual no me convenció sobremanera y cuyo uso me había visto obligada a ir posponiendo. Ya tenía los ingredientes. Ahora sólo me faltaba la harina, pues quería seguir esta receta, ya que reunía casi todos los ingredientes de los que disponía (o eso creía). No encontré la harina. Y aquí viene el error decisivo: NESQUIK. Decidí agregar Nesquik a la mezcla de plátano y leche de almendras, para espesar la masa y, por qué no, darle un sabor achocolatado. Todo iba perfecto. Agregué a la mezcla resultante el bicarbonato con limón, puesto que no tenía levadura, y encendí la placa de cocina.
No sé cómo describir mi cara cuando eché parte de la masa en la sartén. El líquido comenzó a burbujear de una manera sobrenatural, y no se solidificaba, a la vez que un olor a caramelo quemado empezaba a extenderse por la cocina. Rápidamente, apagué la placa y me resigné a tirar aquel aborto de tortita de plátano, leche de almendras y Nesquik.
La historia podría haberse acabado ahí. Pero mi estupidez nunca ha tenido límites. Y decidí aprovechar aquel batido (porque era un batido) y usarlo de Nesquik mañanero, por muy dulce que estuviera. Con lo cual lo metí en el microondas, que estamos en enero y lo que apetece es beberlo calentito. Enésimo error. Probablemente no calculé bien y giré demasiado la rueda del tiempo. Cuando abrí el microondas supe que el volcán había vuelto. Todo el plato giratorio estaba lleno de masa medio solidificada y el contenido del vaso estaba abizcochado. No quise involucrarme más con los plátanos, al menos durante el día. Tiré la mezcla por el inodoro.
No dejo de ser una optimista irremediable, porque, en serio, ¿dónde habéis visto un baño que huela a Nesquik?

viernes, 25 de mayo de 2012

El retorno a la jungla

Después de una extraña temporada sin fails remarcables... era de esperar que las cosas volvieran a su cauce natural. Os expondré las circunstancias: ya hace bastante calor y los bichitos nocturnos proliferan...
Como sabréis, estos bichitos se ven atraídos por los focos de luz y, dado mi deseo de ventilar la habitación antes de dormir, cometí el gran error de descorrer las cortinas, dando vía libre a sus rutas aéreas. Una avispa entró volando sin darme cuenta  y se mantuvo pegada a la bombilla de la lámpara principal de la habitación, que estaba encendida. No le di demasiada importancia porque la veía ocupada y sin muestras de querer atacarme, así que me dediqué a mis asuntos. Más tarde, apagué esa lámpara, con la esperanza de que la avispa reconsiderase sus posibilidades de entretenimiento (o lo que demonios signifiquen esos choques masoquistas contra el vidrio incandescente) y extendiese sus alas hacia el exterior, pero el insecto permaneció durante unos minutos posado en la lámpara apagada y después siguió pegándose contra el reflejo lumínico que dejaba en el techo la luz de la mesita de noche.
Dejando atrás estas observaciones, me dirigí al baño para mi ducha diaria (donde casi muero al resbalarme en la bañera, pero esa es otra historia) y, al volver a mi cuarto, percibí una sombra monstruosa en el techo. Era muy grande para ser la avispa. Era una polilla enorme, gigante, que descansaba impasible en su postura desafiante a la gravedad. Cogí mi  portátil y huí al sofá del salón, donde me encuentro ahora mismo, tapada con una sábana que encontré por el camino. Sólo espero que las polillas gigantes no puedan traspasar las cortinas de esta habitación.

jueves, 10 de mayo de 2012

That was the wrong way

Hoy fue un día precioso: soleado, alegre, primaveral, con esa pizca de calorcillo que ya se deja sentir en mayo. Incluso salí con camiseta de manga corta por la calle. Pero eso fue mi perdición. Veréis...
Todo empezó cuando mi amiga y yo nos dirigíamos hacia el sur, por una de las calles que nos llevaba a nuestro destino. De repente, apareció el edificio donde posiblemente estaría una persona con la que a mí no me apetecía cruzarme, y para pasar por la entrada principal debíamos hacer un rodeo y, por consiguiente, alargar nuestro itinerario; en definitiva, una vuelta inútil. Pero mi amiga insistió en que teníamos que pasar, y en una de las calles cercanas sentí algo parecido a una gota caer sobre mi brazo y mi camiseta. Pensé que sería agua de alguna cañería pero, al mirar para asegurarme, me di cuenta de su color negruzco y su forma alargada...  y me apresuré en frotarme contra el muro más cercano para asegurarme de quedar limpia de esa sustancia excremental. Sí, por si no había quedado claro, era una CAGADA.
La moraleja: los atajos siempre son mejores.

P.S.: No sé de qué ave urbana sería, porque se supone que la caca de las palomas no es negra...

Zapatos y caminatas

Ayer tuve que  ir al Primark para devolver unos zapatos que no me venían del todo bien. Era la primera vez que devolvía algo y, pensando que se hacía como en todas las demás tiendas, fui a las cajas de la primera planta. Después de esperar mi turno en una cola medianamente larga, la cajera me dijo que ese tipo de trámites se hacían en el stand de "Atención al cliente" de la planta superior. Subí y automáticamente me dirigí a las cajas, donde me volvieron a informar de que las devoluciones se realizaban en "Atención al cliente". Al fin, mi cerebro reaccionó, pero tuve que tragarme una tercera cola más larga que las anteriores.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Cómo saber que esto es un blog de fails genuino

Sabes que es un blog de fails cuando:

  1. se te ocurre la idea de hacer un blog de fails mientras no estás al ordenador
  2. te vienen al menos 4 fails que han ocurrido durante el día
  3. llegas al ordenador, escribes el primero y... te das cuenta de que has olvidado todos los demás

Fails everywhere

Supongo que levantarme sobre las 13:00 afecta a mi cerebro y lo hace más lento de lo que es normalmente. El caso es que tenía que ir al banco a hacer un ingreso y ya no me daba tiempo a llegar, así que pensé en buscar el número de teléfono para llamar y asegurarme de cuándo se podía hacer esa operación. Entré en la página web de la entidad en cuestión y, tras encontrar los datos de la oficina que necesitaba, cogí mi fijo y marqué el número. Después de unos cuantos tonos comencé a escuchar algo así como la musiquita que viene con las luces de navidad, pero totalmente desafinada, y tras quedarme bastante sorda, recordé que había otro número alternativo. Cuál fue mi sorpresa cuando, al buscar el otro número, descubrí que había estado llamando al FAX.